¡Cómo
no me voy a emocionar recordando a Andrés, si soy lo que soy en buena parte gracias
a él! Tal vez sólo debería quitar mi chulería, el hablar fuera de tiempo y
lugar, mi mala hostia, mis arrebatos, mi deambular y mi pensamiento espiralado,
como él lo llamaba, como algo propio, el resto todo creció, se formó y aprendió
de la influencia que él tuvo en mí.
Yo
conocí a Andrés en el año 1985, por aquél entonces ya había hecho algunas
oestes al Naranjo y estudiaba tercero de geología en la facultad de Oviedo. El
coordinaba el examen de campo de la asignatura de Cartografía Geológica, que lo
hicimos cartografiando entre el cruce de Pedrosa hasta las Hoces de Vegacervera.
Mientras íbamos a pasar a limpio la cartografía caminaba junto a él y le dije
que no tenía mucho sentido ese examen porque cuando trabajara si tenía dudas
preguntaría a alguien que supiera resolvérmelas a lo que él me contestó que
cuando trabajara seguramente estaría sólo en el campo y dependería del
conocimiento y oficio que tuviera que esa cartografía estuviera bien o no
aportara nada. Después pasando el examen llamó la atención al resto de profesores
que estaban degustando las truchas de Getino mientras los alumnos estábamos trabajando
y les dijo que hasta que no acabáramos nosotros ellos tampoco habían acabado.
Eso me llamó la atención.
En
quinto lo tuve como profe de prospección y de tectónica comparada. Todo el
entusiasmo que con los años de estudiante había perdido por la geología los
recuperé de golpe atendiendo sus clases día a día. Sin duda mi mejor profesor. Supo
transmitirme la pasión por la geología a mí y a todos los que le escuchábamos.
Te demostraba como el trabajo y el placer a veces puede ser la misma cosa. Por
eso al acabar la carrera, cuando tuve que adelantar su examen y hacerlo sólo porque
me iba a hacer la mili a Alicante, al finalizar el examen y entregárselo, sin
ánimo de “peloterismo” sino con admiración y gesto de gratitud, le confesé que
había sido un placer tenerle como profesor y que él había sabido reconducir mi
vocación geológica. El me respondió que yo debía seguir estudiando y hacer el
doctorado. No sólo me convenció, sino que mientras estaba en las milicias en
Alicante él se encargó personalmente de matricularme de los cursos de doctorado
y así se inició mi carrera académica. Ese fue el principio de nuestra amistad.
Desde
esa época empezamos a entablar una amistad tan auténtica que yo nunca necesité
que él escalara, ni él que yo fuera un gran académico para que todas las
semanas habláramos por teléfono de geología, la familia, la montaña, las
mujeres y últimamente de nuestras dolencias. Padrino de mi hija, yo vi crecer a
sus hijos Guille y Bea, hicimos juntos el traslado de sus cosas del piso de
Comandante Vallespín al de Ería donde inició una relación con su segunda mujer
y mi gran amiga Arianne, 20 años más joven que él y quién fallecería 13 años
antes que él consecuencia de un cáncer cruel. Juntos la lloramos, mientras en
su última voluntad, ella me decía que le buscara pronto una novia…que Andrés no
podía ni debía estar sólo.
Andrés fue
grande como profesor y Académico, ampliamente reconocido por sus colegas
científicos nacionales e internacionales por su aportación a la geología
estructural y la tectónica. Pero sobre todo era una persona querida por su
personalidad, el primero en levantarse a hacer la barbacoa, a lavar los platos.
Caminante incansable de la cordillera atender a sus explicaciones geológicas en
el campo, era como estar ante una interpretación magistral de lo que la tierra
había hecho de las montañas que teníamos delante de los ojos desde su creación
y ver como una animación en vivo de la historia de la Tierra.
Aunque
se emocionaba con los reconocimientos profesionales que tuvo…., cuando se
marchó a Barcelona como Profesor de Investigación, cuando lo nombraron miembro de
la Real Academia de las Ciencias, nunca le importó ayudar desinteresadamente a
quien se acercó a él pidiéndole ayuda “geológica” y por supuesto humana. Tenía
un profundo “terror” a ser demasiado feliz. Tal vez por eso cuando estaba en
estado de gracia, no se quedaba saboreando la fiesta hasta el final sino que
salía “corriendo”, aunque no hacía caso del dicho que nunca has de volver a los
lugares donde has sido feliz, porque en cuanto tenía oportunidad se venía para
Asturias y Ponferrada le encantaba.
Su
faceta de “gentleman” era también su principal gancho con las mujeres, no sólo
sus ojos azules y aspecto de armenio de la región de Cachemira, aunque en
realidad sus raíces eran mañas…de Villareal. Un caballero que con su sapiencia
sobre todo encandilaba los oídos de quien lo escuchaba, pues no era pedante
sino de una profunda vocación docente e ilustradora. Sabia de Geología, pero
también de Historia, de Arte de Literatura, conocía el paisaje pero también
todo lo que había que saber sobre el paisanaje. Nunca perdía al Trivial.
El
marcó, marca y marcará profundamente mi vida y me llena de orgullo haberle
podido conocer, haber sido su amigo en lo bueno y en lo malo y haberle tenido
de ejemplo en tantas cosas.
Ahora son momentos tristes en los que toca
digerir una gran pérdida, a veces con un nudo en el estómago, a veces con los
ojos llenos de lágrimas, pero siempre con una gratitud infinita por haber
tenido la gran suerte de conocerle y de compartir con él todos estos años de
auténtica amistad. Grande Andrés….muy Grande. Ahora en lugar de llamarnos por
teléfono para acabar trabajos, para ver cómo va todo…para coordinar nuestro
tiempo libre y volvernos a ver, pasarás a ser una de las estrellas a las que
miro las noches en las que en el cielo brillan mis buenos amigos que ya no los
volveré a disfrutar.